Os invitamos a leerla en Psychobrain
Os dejamos el prólogo de muestra ^^
Prólogo
Hell Is When He Sleeps
Hell Is When He Sleeps
Madrugada – Miércoles día 23 de Mayo
Ashram desvió la mirada hacia la negrura que lo rodeaba en su cuarto, rozándose el cuello con las yemas de los dedos. – Me siento muerto…– pronunció con voz oscura y profunda. Carente de expresión alguna, al igual que su rostro. Sintió su voz absurda en aquel silencio.
Afuera parecía que estaba lloviendo. La lluvia no era buena señal, los insectos trataban de refugiarse y entraban en su cuarto. Se rodeó las piernas con los brazos, apoyando la cara en la empuñadura de su katana. Aki siempre se enfadaba porque no durmiese en la cama. Siempre se enfadaba con él de todos modos. Cerró los ojos, ansioso por liberarse de aquel vacío angustioso que le provocaba el sentir su vida inútil y carente de sentido.
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Todo cambió en pocos segundos. ¿En donde estaba? Allí postrado, se sentía débil y percibía el olor dulzón de la sangre que si bien le atraía. Sin embargo siempre lo había mareado.
Escuchó un sonido suave. ¡Un cosquilleo! Las finas patas de algún insecto rozando sus piernas. Trató de huir, pero no podía levantarse. Su cabeza chocó contra algo duro sobre él, la tierra colándose por las rendijas de la golpeada madera. Cayendo en sus ojos y haciendo que se frotase la cara.
Sus manos se movieron angustiadas por los márgenes de aquel pequeño cubículo en el que se hallaba. Satén… seda barata para los muertos.
Bajó las manos de nuevo y cerró los ojos. – ¿Por fin he muerto?– preguntó al vacío, al abrir la boca notando como algo caminaba entre sus labios.
El insecto tratando de reptar dentro de él. Se movió angustiado. Le daban pánico los insectos. Ahora los escuchaba acercarse, colarse entre las ranuras para devorar su cuerpo putrefacto. Sí, allí olía a podrido, sin duda estaba muerto.
Su rostro lívido y cubierto de sudor. No por el miedo a la muerte, pues sabía que desgraciadamente renacería. Era otro terror atávico el que le aquejaba.
Los insectos…
Cuanto más golpeaba la madera más y más caían sobre él provocándole un estado de completa histeria. Un retorcerse angustioso del cuerpo. Un jadeo incesante y ahogado…
Arañas en su boca, cucarachas por sus manos, insectos zumbantes que volaban tratando de colarse por su nariz. Sus oídos infestados de gusanos.
No, aquello no era verdad. Era algo del pasado, un sueño producto de su locura. Gritó, gritó desgarradoramente.
De nuevo, una vez más sentado en medio de la negrura. El olor a humedad y a tierra. Los insectos aún por el suelo parecían perseguirle. Se arrastró por el barro. ¿Por qué estaba tan débil? No podía levantarse.
Bajó la vista, la sangre manaba de sus manos como si nunca fuera a detenerse. Sus heridas reabiertas, las cruces invertidas supurando suero y aquel líquido rojo. Las miró ensimismado. ¿Qué era aquello? Sangre… la sangre de los que había matado…
Su piel se movió extrañamente para él. Acercó más la mano a su rostro, los gusanos, gordos y babosos salían de dentro de las heridas.
Tembló, apartando las manos de su rostro, golpeándolas contra el suelo, buscando su katana con la mirada. Tenía que cortárselas. Tenía que apartar aquellas manos podridas de su cuerpo.
“Belial, el impuro”
La voz resonó en su cabeza. Se tapó los oídos. Levantándose como si hubiera recuperado el aplomo. Sujetando la katana que de pronto llevaba a la espalda y desenfundándola. Tranquilo, carente de miedo y de sentimiento alguno ya. Los insectos ya no estaban…
–“No existe el arrepentimiento para los ángeles después de la caída, así como no lo existe para los hombres después de su muerte. ¿Qué intentas hacer, esclavo? ¡Tú ya no eres un hijo de Dios! ¡Tú, fecundado en el vientre de una puta!”– las palabras sonaron llenas de ponzoña.
El moreno miró a su alrededor, no, la voz no provenía de ningún lugar tangible. Él no era un hijo de Dios… No. Pero ¿Por qué no?, lo estaba intentando…
“Corre Belial, señor de las moscas…”
Las carcajadas sonaron en su cabeza a la vez que escuchaba el zumbido de aquellos insectos, que, como una nube aún más oscura que aquel lugar se aproximaban a él al igual que lo harían si estuviera cubierto de miel.
Tocó a su alrededor, como si estuviera completamente ciego, no veía nada, sólo palpaba las paredes que lo encerraban, el techo se estrechaba sobre él, haciéndolo gatear por el resbaladizo fango.
Arañó la tierra, excavando, tratando de huir. Era inútil, jamás le daría tiempo.
Sus ojos, uno magenta y el otro plateado por la ceguera se alzaron al escuchar una voz femenina. Rasgada y vieja.
–Me muero por devorar las entrañas de una rata muerta…
Un ser salido de la mente de un loco. Los dedos largos como patas de araña, los ojos negros y hundidos. La dentadura pútrida y la lengua colgante al igual que los pechos. Al menos seis, mustios como fruta demasiado madura. Colgando de sus costillas. Pellejos balanceantes que presidían un abdomen que se arrastraba. Un vientre demasiado hinchado que hacía combarse a aquella débil y protuberante columna vertebral marcada en su espalda.
–No te acerques. Te mataré. – sentenció el impasible joven a pesar de que el poco espacio apenas le dejaba moverse ya.
La risa resonó, cambiando y tornándose masculina, la risa de su maestro… –Que pretencioso, Ashram. ¡No seas irritante!
El rostro mudó al severo de aquel hombre. Extendiendo sus manos y tratando de alcanzarlo. Gateó hacia atrás aparatosamente, angustiado. Aproximándose al sonido de las moscas y deteniéndose. Tratando de cortar aquella mano con el filo de su espada. Pero no podía, el espacio se estrechaba, el lodo comenzaba a bañar su cara asfixiándolo, podía sentirlas, estaban tocando su piel.
– ¡Mhf!– el lodo lo aplastaba, las huesudas manos lo asían tirando de él como si fueran a partirlo mientras los insectos se pegaban a su piel sucia, sus manos comenzaron a sangrar de nuevo. Balbuceó contra el lodo, rogándole a Dios.
Pater Noster qui es in coelis
Santificetur nomen tum
Adveniat regnum tuum
Fiat voluntas tua
Sicut in coelo in terra
Panem nostrum qotidianum da nobis hodie…
Sintió el aire de nuevo, la brisa suave del exterior, la hierba provocando un sonido agradable al rozarse. Sus ojos de pronto se llenaron de luz, sin ser capaz más que de atisbar una figura delicada. El cabello rubio, el gesto amable mientras lo observaba. ¿Es que no veía la sangre en sus manos? Las extendió hacia él, mostrándole sus estigmas. ¿No veía las moribundas moscas resbalando por su piel enlodada? Algo así, esa visión y aquella forma de mirarlo, de sonreírle. Solo podía ser un ángel. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se arrodilló en el suelo apretando su katana con fuerza.
..........
Los ojos del chico se abrieron al notar el líquido salado deslizarse entre sus labios. Se secó la cara. Siempre tenía pesadillas. Dio unos pasos por el cuarto, cargando su katana y volviendo atrás. No sin cierto recelo y ceremonia, dejándola sobre el exhibidor de madera para que no le riñesen.
Se descolgó por la ventana del chalet que Adan y Aki habían comprado, sin hacer el más mínimo ruido. Saltando y agarrándose al tejadillo del garaje. Trepó sobre este y entró por la otra ventana. Cerrándola de nuevo y dejando que Adan se reacomodase dormido en la cama, abrazando a Aki contra él.
Los observó dormir sin percatarse de su presencia. Inevitablemente su instinto asesino recordándole lo fácil que hubiera sido matarlos. Pero él nunca les haría daño. Caminó rodeando la cama. Parándose al lado de Aki y sentándose en el suelo con la espalda contra la mesilla. Alzó la mano para buscar la del pelirrojo, cogiéndola suavemente y apoyándola contra su mejilla. Era cálida y olía a limpio. Cerró los ojos de nuevo sin apartarse de su hermano.
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