Argumento:
Hay un lugar secreto debajo del antiguo gimnasio... Si vas de noche, puedes escuchar gritos y gemidos... Mi primo ha visto a los fantasmas... Dicen que un niño pasó una noche allí y nunca lo volvieron a ver...” En todo pueblo hay rumores, así como en todo pueblo hay algún lugar tácitamente prohibido para quienes crean en estos rumores. Y por supuesto, también existen aquellos que desean retarse a sí mismos traspasando la invisible muralla de sus propios miedos. Una apacible noche de verano, cuatro amigos deciden ir a probar su valor en el viejo gimnasio, pero sólo de tres de ellos regresaron. Varios años han transcurrido y aquel viejo secreto los llama ahora desde el pasado, mientras una nueva generación está por descubrir qué se esconde bajo el antiguo edificio.
Capítulo 1
Today, Tomorrow and for the rest of our Lifes
Una ráfaga de viento atravesó las copas de los árboles, como un aviso silencioso, provocando que los cuatro niños se estremecieran a la vez, aunque ninguno lo admitiría, cada cual intentando parecer más valiente que el otro.
Sazae golpeó su linterna para que brillase con más intensidad. Debería de haberle puesto pilas nuevas antes de salir, pero siempre lo olvidaba. – ¿Quién baja primero? – preguntó el niño de diez años, con voz autoritaria, en realidad enmascarando su deseo de no ser él.
–Echémoslo a suertes…– dijo el más mayor, colocándose la mano tras la espalda para jugárselo cuanto antes.
–Tú eres el mayor, no seas gallina… –Ikemoto lo empujó un poco para que se adelantase. –Vamos, ¿O es que estás cagado? –lo retó, forzando la situación para no ser él quien entrase.
– ¡Esta bien! Yo lo haré… como si tuviese miedo…– el chico se adelantó un poco entre los árboles del instituto. Alzó la vista, a esas horas de la noche tenía otro aspecto, un aspecto lúgubre. Sólo rogaba porque todos aquellos cuentos que su hermano mayor les había estado narrando fuesen una mentira.
Ikemoto lo siguió de cerca, alumbrando con su linterna y sintiendo frío por el miedo que tenía. –Vamos. –les dijo a los otros para que no se escaqueasen.
– Tengo miedo. – murmuró la única niña del grupo, mirando un poco hacia atrás. Aún así, le daba miedo regresar sola en esa oscuridad.
– No pasa nada, yo te protejo... – sonrió Sazae, tomándola de la mano antes de bajar, continuando en su mente. “E Ikemoto me protege a mí y Arata le protege a él... Pero no va a pasar nada.”
– ¿Seguro que era por ahí? –el moreno miró al mayor que seguía caminando entre los árboles hasta llegar al almacén del patio.
–Sí. –susurró el chico, como si por estar haciendo algo prohibido de pronto pudiesen escucharlos. Giró la manilla y pasó al interior del almacén. –Aquí hay una trampilla… –les explicó. –En algún lado.
–Espero que no fuera otra mentira de tu hermano…– protestó Ikemoto, dirigiendo la luz de su linterna hacia el chico, e internamente deseando que sí lo hubiera sido y no hubiese ninguna trampilla.
Sin embargo, allí estaba, cubierta de polvo y telarañas, pero real de cualquier manera. Sazae se agachó, golpeando su linterna de nuevo y casi pegando un salto cuando la niña a su lado le gritó.
– ¡No me sueltes!
– Sh... No seas escandalosa. Luego me gritas si se apaga la linterna también. – frunció el ceño con cara de fastidio, demostrando así que él sí era valiente, por supuesto. – Y ahora... ¿Entramos ahí?
–No, ahora nos quedamos aquí y le sacamos brillo…– se burló Ikemoto, pegándole flojo con su linterna en la cabeza y distrayendo su propio miedo haciéndose el chulito. –Entra, Arata.
– ¿Seguro?... Está muy oscuro, mejor nos vamos…– el chico los miró asustado, pero Ikemoto abría la trampilla y miraba adentro.
Se tapó la nariz y los observó. –Huele a muerto…– les dijo, aunque no tenía ni idea de cómo olía un muerto. Sólo olía a humedad y estaba muy oscuro. – ¿Es que tenéis miedo? –les preguntó, sonriendo y deseando un sí generalizado para hacerse de rogar un poco y luego poder irse triunfal.
– Pues... si queréis voy yo primero. –se ofreció el otro chico con voz temblorosa, no quería que pensaran que era un gallina. Dio un paso adelante, aliviado cuando Arata le detuvo.
– Yo no tengo miedo. – le aseguró, como diciendo que no le iba a ganar un niño menor que él.
–Pues entra de una vez…– Ikemoto se hartó por lo nervioso que estaba y se levantó, zarandeando una mano para hacerlo entrar.
–Voy…– el chico sujetó la linterna entre los dientes y comenzó a bajar por las escaleras escavadas en tierra. –Hace frío aquí…– les dijo mientras bajaba hacia el foso.
–Tú sigue bajando…– le dijo el mediano sin atreverse aún a dar un paso.
– ¿Qué ves? – le preguntó Sazae, alumbrando un poco con la linterna, aunque sólo se topaba con tierra, nada interesante. – Arata... que te estoy hablando...
– Pues no se ve nada, espera... – desde abajo se escuchó un sonido y un gritito, como de golpe.
– ¿Qué? ¿Qué ha sido eso? Arata… ¡Arata! – empezó a llamarlo la niña, espantándose.
– ¡Me he tropezado! ¡Bajad ya! – casi se rió el niño ante tanto histerismo, Sazae resoplando por la tontería. Él había dicho que no la llevasen. Aunque la verdad, estaba molesto porque también lo había asustado a él.
–Ya vamos…– Ikemoto suspiró, todo aquello era una tontería. Él ya tenía doce años, no era un bebé para estar asustado de un foso oscuro. Se prendió la linterna en la cintura de los pantalones, y sujetó sus manos al borde del foso. Mirando al menor. –No te vayas a peer en mi cara mientras bajas, Sazae-chan…– se rió, de nuevo buscando valor en distraerse.
–No digas tonterías, Ike-chan. – se rió por llamarlo así, entregándole la linterna a la niña antes de bajar. – No dejes de alumbrar que no me quiero romper algo...
–No…– la chica se acuclilló en la entrada, alumbrándolos, y rogando porque perdiesen el interés antes de que le tocase a ella. Por otra parte, tampoco le emocionaba la idea de quedarse allí sola.
–Arata…– Ikemoto lo llamó, ya que se había quedado callado. Pero lo veía moverse, o al menos esperaba que fuese él. Claro que era él… – ¡Arata, ¿te has cagado ya?! –preguntó reído, aunque el que estaba asustado era él.
De pronto se escuchó un alarido. Era Arata. Ikemoto sujetó una de sus manos a la pierna de Sazae. – ¡No! ¡Sube! ¡Sube ya! ¡Déjame subir! –le gritó mientras los alaridos no se detenían en el fondo del foso.
– ¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! –gritó la niña arriba, finalmente lanzando la linterna abajo y echando a correr entre lágrimas.
– ¡Ayame! ¿Qué pasa? – Sazae empezó a subir a las prisas, casi resbalando por un momento, pero Ikemoto lo empujó hacia arriba. Salió de aquel agujero gateando, buscando su linterna y maldiciendo a la niña por haberse ido así. Le temblaban las manos violentamente. Seguramente era una broma, eso, tenía que serlo.
Fuera como fuese, el moreno no lo dejó quedarse a pensar, se arrastró gateando por el suelo, lívido del miedo. Sujetando su mano, tiró de él, llevándolo a toda prisa a través del patio. Ahora el bosque parecía más cerrado, más angosto, y por algún motivo, era como si todos los demás sonidos de la tierra se hubieran silenciado. No sonaba el viento, ni los grillos, ni sus pasos, nada.
Sazae corría sin atreverse a mirar atrás, como si algo terrible les estuviese persiguiendo, algo que mientras no se voltease a verlo, no les atraparía. Apretaba la mano de Ikemoto con fuerza, incluso sentía ganas de llorar por el miedo.
El chico tropezó con las ramas partidas, escuchó un jadeo salir de sus labios, un grito mudo por el miedo. Se enderezó de nuevo y siguió corriendo hacia la luz de las farolas al final del sendero.
– ¡Espera, Ikemoto! – Sazae, que había caído con él, se levantó también, siguiéndolo aterrorizado por quedarse atrás. – ¡Espérame!
.....
–Ah... – el profesor se estremeció ligeramente sobre su escritorio, despertando de aquella pesadilla y pasándose una mano por los ojos. Detestaba soñar con aquello. Detestaba sentirse así, asustado, como debía de haberse sentido Arata al ser dejado atrás. Carraspeó, alisándose el alborotado cabello y abriendo uno de los cajones para sacar una botella de agua y un calmante. No quería que lo vieran sus alumnos en ese estado, pero lamentablemente uno de ellos estaba observándolo desde detrás de la silla.
– ¿Qué es eso? – le preguntó refiriéndose a la pastilla. Riéndose después. – O debería decir: buenos días, sensei. –se sentó en la silla frente a él y juntó las manos frente a su propio rostro. –Porfa… por favor…– le dijo antes siquiera de pedirle lo que tenía en mente. Olvidándose de la pastilla con rapidez.
– Hasegawa-kun. – le sonrió el profesor, poniéndose las gafas y observándolo. – Eso era para el dolor de cabeza. ¿Se te ofrece algo sin que tenga que leerte la mente?
–Eso sería increíble, pero me conformaré con algo mucho más sencillo…– se movió un poco en la silla, sonriendo. Su flequillo negro y violeta cubriéndole parte de la cara sin que el chico hiciese nada por evitarlo. –Es sobre… este…– se rió un poco, perdiendo fuerzas conforme iba explicándose. Sabía que se iba a negar. –Este recital de poesía. – Carraspeó un poco. Mostrándole un flyer que le habían mandado al e-mail y él había impreso.
–Ya, es interesante. – le contestó, observando el flyer, un poco incómodo. Le agradaba el chico, y al menos se interesaba por sus clases, pero nunca sabía qué decirle. –Sin embargo sabes que no puedo. Tal vez deberías invitar a uno de tus amigos. ¿No te parece más divertido que ir con tu profesor?
Senzo suspiró con fuerza, echándose hacia atrás en el asiento y mirándolo a los ojos. –No tengo amigos… ¿Por qué no? Ahora ya tengo dieciocho, los cumplí ayer… y no lleva en la cara escrito que sea mi profesor. – apoyó las manos en la mesa y la frente sobre ellas. –Por favor…
– Pero soy tu profesor, no es apropiado. Sé que lo comprendes, Hasegawa-kun. Eres un chico inteligente. – lo miró a los ojos, deseando poder ayudarlo. – Si realmente te interesa la poesía, tal vez conozcas a alguien allí.
–No puedo ir, no tengo coche, ni permiso, mis padres no me llevan y usted tampoco… –se echó hacia atrás de nuevo, dejándose escurrir por el asiento, aunque se le subía la camiseta por el ombligo. Mirándolo fijamente. –Me falta muy poco para traumatizarme, lo haré si no me llevas… llévame… –le pidió serio, ya que realmente le afectaba su negativa.
– No creo que debas traumatizarte por algo así. Aún eres muy joven. A ver, dime, ¿qué dirían tus padres de que vayas con un profesor? – se cruzó de brazos, inclinándose hacia adelante sobre el escritorio.
–Que me corte el cabello y me haga un hombre. Es lo que me dicen cuando les hablo de usted. Pero no comprenden nada. –miró a un lado y se cruzó de brazos también. –Me traumatizo…– insistió, mirándolo a los ojos de nuevo. –Quiero ir, me muero aquí encerrado con todos estos paletos, por favooor… seguro que usted también odia esto… paletolandia.
– No digas eso. – le cortó de manera tajante. – Los otros chicos son como tú, Hasegawa-kun. Tienen tantos problemas, dificultades y posibilidades como tú. No deberías ser así con ellos. –le riñó, sacándose las gafas, pensativo. – No puedo ir en contra de los deseos de tus padres.
–A ellos les da igual, les parecerá bien. Dirán que tome ejemplo. – apoyó las manos en los reposabrazos, sintiéndose reprendido y bajando un poco la mirada. –Son todos unos idiotas. ¿Es que no ve de lo que hablan? De tele y de tetas… o de deporte. Y yo odio todo eso.
– Vamos, no puede ser tan malo, estoy seguro de que hay otros chicos como tú. – le tocó el hombro con una mano, intentando animarlo. Podía comprenderlo, la verdad. – Bien, mira... No es que no quiera llevarte. Me alegra mucho que te interese la poesía, en serio. Pero no se vería bien que salga de noche con uno de mis alumnos. Aunque fuese educativo.
El moreno empezó a dar pataditas en la pata de la mesa, sintiendo la mirada borrosa y levantándose despacio. –Gracias, iré a ver si me atropella un coche… ah no, si aquí circulan a 20. – se pasó la muñequera por un ojo y se fue del despacho, dejando escapar un resoplido mientras entraba en el baño.
Sazae suspiró, realmente deseaba llevarlo. Sabía cómo debía sentirse el chico. Pero también sabía las consecuencias que aquello podría acarrear. Tal vez no se lo pareciese, pero lo hacía por su bien.
.....
–Mierda…– susurró el chico al ver quienes estaban en el baño. No comprendía por qué tenían que estar siempre ahí.
Kenichi puso la pierna contra la puerta para impedirle el paso e inclinó un poco la cabeza para mirarle a la cara. –Se te está corriendo el rimel, Senzo…– se rió, notando que estaba llorando. No era la gran novedad. – ¿Qué pasó, se te rompió una uña?
–No, me dejó el novio… como no sé si podré soportarlo, he venido a llorar en tu hombro. – el chico le apoyó la mano en la pierna y el moreno la apartó.
–Saca de ahí, nenaza…– se quitó como si le diese alergia, y miró al pelirrojo que estaba con él.
Kogane se rió, cubriéndose la boca. – Por favor, ten algo de dignidad. ¿Sigues rondando al sensei? Causa perdida... – se miró al espejo, acomodándose un mechón de cabello y mirando a Kenichi por el reflejo, disimuladamente.
–Lo hago porque es interesante, no como vosotros…– el moreno se metió en el baño antes de que Kenichi le diera una colleja.
– ¡Te la daré igual cuando salgas! Atontado… –miró a Kogane de nuevo, y se sentó encima de los lavabos, apoyándose el cigarro en los labios. –Espero que no lo haya liado de nuevo para ir a algún sitio de esos. Ya sabes, esos muermos que le gustan al mariquita este. –le dio una patada a la puerta sin levantarse de donde estaba.
–No eres más duro por pegarle patadas a las puertas…– le dijo el moreno desde dentro. Pensando que debía haber buscado otro lugar donde encerrarse.
–Lo voy a matar… ¿Por qué no sales y ves lo que es duro?
–Tu polla no, eso seguro…– el chico se rió dentro del baño. Le iba a pegar cuando saliese. Tampoco le importaba, igual así le daba algo de lástima a Koyanagi-san y lo llevaba. Le iría a mostrar lo guays que eran.
– ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Se la has mirado en clase de gimnasia o qué? Mirón... – se burló el pelirrojo, defendiendo a Kenichi a pesar de que aquello le había incomodado un poco. – Oye, ¿Nos vamos a quedar aquí esperando? Es un poco aburrido, ¿no?
–No gracias, yo no miro esas cosas nauseabundas…
–No, espera a que me acabe la truja al menos…– se rió por lo que el pelirrojo había dicho, y le dio otra calada. –Cállate, Hasegawa, a ver si te la meto hasta la traquea.
El moreno se rió dentro del baño. –Seguro…
–Vamos, porque si no lo mato. – el moreno meneó la cabeza un momento, y le lanzó la colilla por encima del agujero del baño, aunque ni lo rozó.
Senzo cogió la colilla y la observó un momento, antes de quemarse el brazo con ella. Frunció un poco el ceño y la apartó.
–Oh, pues no queremos eso... –se rió Kogane, rascándose un lado de la cabeza y alejándose. – Qué infantil es...
–Es un anormal. – Kenichi tomó aire y se estiró ruidosamente, sonriendo al ver a un amigo, y pegándole un puñetazo en el pecho, que el otro le devolvió reído.
–Eh Ken, Kogane… esta noche vamos a pillárnosla a casa de Takeda, sus padres están fuera. ¿Os apuntáis? Van a venir unas tías del femenino.
–Yo me apunto… –le contestó el moreno casi de forma instantánea, haciendo que el otro se riese.
– Sí, yo también. Pero no puedo quedarme hasta muy tarde. – contestó Kogane sin mucho entusiasmo, aunque intentando aparentarlo.
–Es una pena, las tías sólo vendrán a primera hora… después se piran. –el rubio se rascó el pecho y luego suspiró. Mirando la hora y apoyando una mano en el hombro del pelirrojo. – ¿Vamos?– Tenemos que cambiarnos. Los sujetó a ambos por los hombros mientras caminaba hacia el gimnasio.
– Mira que van a decir que eres gay tú también. – se rió Kogane, metiéndose un poco con él, aunque ahora se notaba más alegre. – Tengo que quedarme para las prácticas... ¿me esperas, Ken?
–Seh… –el moreno se sacó un poco del abrazo y se guardó las manos en los bolsillos. –De todos modos ese E.T. de Hiroki me hará los deberes… Me quedaré a echar un vistazo. A ver si con suerte viene Akira y jugamos al basket un rato.
–Yo también me apunto después. –el rubio sonrió, y señaló a un chico que estaba a lo lejos. – ¡Tú! Esta noche en casa de Takeda.
– ¿Eh? Vale…– le contestó el otro reído y meneando la cabeza.
– Y al final habrá más chicos que chicas en esa fiesta... – se rió de nuevo Kogane, empujando las puertas del cambiador y dedicándole una sonrisa algo maldita al chico que estaba allí, terminando de cambiarse tan rápido como podía, intentando pasar desapercibido.
–Eh… E.T. – Kenichi le apoyó la mano en la cabeza y se inclinó hacia delante, hablándole bien cerca. – ¿Me has hecho los deberes? –le preguntó casi con dulzura.
– S...sí... – asintió el chico, echándose un poco hacia atrás. No le agradaba para nada, pero no era estúpido como para estarlo desafiando a esas alturas. Se preguntaba como es que no se daban cuenta de que ese neandertal no hacía sus propios deberes.
–Bien hecho…– le dio una palmadita en la cara y sonrió, apartándose y quitándose la camiseta para ponérsela en la cabeza antes de coger la de gimnasia y los shorts. –Eh... Kogane, ¿Me quedo a comer en tu casa? ¿Te dejan tus viejos?
– Claro, y sabes que no me importa además. – sonrió, porque sabía que sus padres no veían con muy buenos ojos a Kenichi, pero eso hacía que a él le agradase más aún. Además, siempre les decía que lo estaba ayudando con sus estudios.
Hiroki mientras, se sacó la camiseta de la cabeza, dejándola sobre el banquillo con gesto de fastidio, intentando alejarse tan silenciosamente como le era posible.
Senzo entró en el gimnasio con cara de que su vida era un suplicio y miró a Kenichi, pasando entre él y el pelirrojo para ir a su taquilla. Sonrió cuando el moreno lo sujetó por la camiseta desde atrás.
– ¿Me vas a pegar? ¿Después de esto? –le mostró la quemadura y sonrió. –Verás como se la enseñe al director.
El moreno hizo una mueca. –Eso te lo has hecho tú, idiota…
Senzo lo miró a los ojos y luego a Kogane. –Explícale a este primate que nadie le creerá…
Kenichi lo soltó y le pegó una colleja en el cuello que resonó. Takeda, que acababa de entrar, propinándole otra sólo por unirse a la “fiesta.” – ¿Qué pasa? ¿Venís esta noche?
–Claro, tío…– el moreno se sentó para atarse las zapatillas. Sonriendo de nuevo y observando a Kogane. –Pero igual llegamos un poco tarde, llevamos unas botellas para compensar…– le dijo reído.
–Eres un jefazo…– el chico se rió, sentándose al lado del pelirrojo y cambiándose también.
– Sin licor no hay fiesta... –se rió el pelirrojo, acomodándose la camiseta antes de agacharse para atarse las zapatillas.
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